ASÍ EMPEZÓ TODO….
Era una tarde de finales del mes de octubre, hacía frío, pero no más del habitual para esa época. No estaba teniendo buen día que digamos, pero mi madre me había llamado invitándome a un magosto en el centro donde trabaja; no sabía muy bien si me apetecía ir, pero pensé que me vendría bien tomar un poco el aire.
Como siempre, cuando el día está de llover, apetece quedarse en casa, pero me preparé, cogí las llaves del coche y me fui al magosto. Al llegar había ambiente festivo, un montón de gente, cada uno realizando la tarea que le había sido encomendada al mismo tiempo que disfrutaban de la fiesta.
Los olores me parecieron increíbles, de repente y sin darme cuenta, estaba recordando los magostos con nuestros vecinos y amigos, cuando vivíamos en el Puente Soeza, todos cenando a la luz de la hoguera, compartiendo historias, comiendo castañas, patatas asadas, jugando a escondernos y a hacer travesuras con la ayuda de la noche temprana de los últimos meses del año. El olor a panceta y chorizo hecho a la brasa me hicieron viajar en el tiempo hasta tardes de acampada, con jornadas de pesca interminables, utilizando varios inventos caseros con palos afilados y tenedores, que teníamos que unir como podíamos hasta creernos con un arma perfecta en nuestras manos para capturar las truchas que formarían parte de la cena, todo esto perdidos en algún lugar de la Cabrera, enfrentándonos a las tormentas de verano más increíbles que recuerdo.
Estaba quieta, observando y recordando, cuando un hombre que aparentaba una edad bastante avanzada, con gafas grandes de pasta y una boina me dijo; -Hola guapa, toma, come unas castañas. – Muchas gracias, le dije mientras cogía las castañas que me ofrecía.
Nos pudimos conocer mejor, comíamos castañas y bebíamos refresco de naranja, resulta que conoció a mi abuelo, y claro, no pudo resistirse a contarme un montón de historias, cada cual más interesante.
Fue una conversación muy agradable, me hizo sentir cerca de mi abuelo con todos esos recuerdos que, aunque en la mayoría yo aún no había nacido, me podía imaginar perfectamente y, el tiempo se pasó volando cuando una mujer joven se acercó a nosotros, informando que para ellos ya era hora de irse, por lo que me despedí de mi nuevo amigo, y descubrí que tenía muchas ganas de conocer a todos los que allí estaban, que quería escuchar sus historias o conversar otro ratito mientras seguíamos comiendo y bebiendo.
Conocí a mucha gente, escuché muchos relatos, algunos más alegres y otros menos, algunos contados con más lucidez que otros, pero todos entrañables.
Me sentí como parte de ellos, otra familia; llegué a sentir un lazo sentimental con todos, surgió el momento de volver a casa y me sentía muy bien, estaba feliz, mi día había cambiado, todos me habían hecho sentir mejor, no me había ido y ya tenía ganas de volver a compartir mi tiempo con ellos.
Quise volver el lunes, tenía muchas ganas de verlos a todos, cuando llegué entré muy alegre y todos me saludaron también muy contentos y cariñosos, por lo que mi alegría aumentó.
Todo era positivo, mi humor siempre ha sido bueno, pero ahora era mejor. Ese día fue el principio de algo que aún continua, tardes de teatro con el mejor reparto de actores, comilonas celebrando las distintas estaciones del año, jornadas enteras en el campo disfrutando de una buena paella, o juegos en los que participamos todos como miembros de una misma familia.
Aún no tengo claro quién ayuda a quién, se supone que los voluntarios venimos a ayudarles, pero cada día me voy con la sensación de aprender algo nuevo gracias a ellos, a su experiencia, a sus vivencias y a sus opiniones, vengo a ayudar y me voy con el sentimiento de deuda … que gracias a ellos hoy estoy de buen humor, y por eso tengo que volver mañana.
Edith García Rodríguez
Afa Bierzo
Deja tu comentario
Debe iniciar sesión para escribir un comentario.